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MARZO 25 DE 2012 JORNADA POR LA VIDA Y LA FAMILIA

 
INSTATURARE OMNIA IN CHRISTO”[1]

Por Mario Manuel León[2]




Aquella pequeña Niña, a la que acompañamos en nuestro recorrido desde la torre Colpatria hasta este punto, Centro del Gobierno Nacional, a través de la meditación de cada uno de los misterios del rosario; la cual aun sin entender el insondable misterio de Dios, fue capaz de someter su voluntad y sus potencias al Eterno, que entregó su fragilidad para que se transformara en silenciosa fortaleza, nos reta hoy a hombres y mujeres. De Dios nos viene la fuerza y la gracia, la fragilidad de nuestra humanidad palidece frente a la Divina Misericordia, de esta última nos viene la fuerza para alzar nuestra voz en contra de la demoniaca empresa de la sociedad, que configura la cultura de la muerte.


 La defensa de la vida no representa una opción, o una alternativa. Para el católico, para el hijo de Dios, para el esclavo de María, constituye una obligación ineludible. No podemos permanecer indiferentes mientras se populariza y aprueban la monstruosidad y la aberración. ¿Con qué otros términos podemos calificar las iniciativas que por estos días rondan los pasillos de las altas cortes, el congreso y los distintos entes gubernamentales y legislativos de nuestro País? No podemos permaneces inmóviles ante una sociedad que lleva a las mujeres a convertir su vientre en sepulcros del que solamente puede emanar el vomitivo olor de la muerte.

Esa sangre de inocentes que se derrama a diario, esa sangre en que se nos quiere obligar a bañarnos, esa sangre que tanto llora Dios al ver derramada por iniciativas políticas y económicas inicuas, esa sangre grita al cielo y pide justicia y Dios no dudará un solo instante en hacer justicia y castigar con su ira a todos aquellos que comulguen con tan infame pecado.

A diario algunos líderes políticos (o mejor politiqueros) subestiman a los ciudadanos proponiendo iniciativas que intrínseca y extrínsecamente atentan contra la vida y contra la familia, fundamentos ambos de la sociedad colombiana. Hoy no hablo del hombre, hablo ante todo de los derechos que vilmente los hombres han querido arrebatarle a Dios de las manos. El hombre pretende otorgarse un dominio absoluto sobre la vida y atentar contra el orden natural que Dios ha dispuesto en el Cosmos no solo por su omnipotencia infinita sino además por su amor infinito desbordado hacia el hombre.

Algunos de ustedes podrían cuestionar esta afirmación, apelando a una desvirtuada y sesgada definición de libertad. Pero… ¿Qué es la libertad cuando no se vive de cara a Dios? No es otra cosa que libertinaje el cual todo lo degenera en vicio y en pecado.

El pecado NO es un contenido que se reduce a los márgenes de la fe, es una realidad social toda vez que las consecuencias del pecado trastornan el sano funcionamiento de las sociedades.
La soberbia -por ejemplo- es un pecado y cuando este pecado envicia y se apodera de elementos humanos y sociales como la sexualidad la economía y la política, las deforma y las convierte en focos de promiscuidad, miseria y corrupción.

El aborto, la eutanasia, los métodos anticonceptivos y las uniones homosexuales, no son pecados porque la Iglesia así lo determina. Lo son porque la Iglesia lo determina anclada en la omnisapiente e irrefutable ordenación que Dios ha hecho de la vida y del sagrario en que se resguarda la vida que es la familia unida por el sacramento del matrimonio.
Entre todos los delitos que el hombre puede cometer contra la vida, el aborto procurado presenta características que lo hacen particularmente grave e ignominioso. El Concilio Vaticano II lo define, junto con el infanticidio, como « crímenes nefandos ».Hoy, sin embargo, la percepción de su gravedad se ha ido debilitando progresivamente en la conciencia de muchos. La aceptación del aborto en la mentalidad, en las costumbres y en la misma ley es señal evidente de una peligrosísima crisis del sentido moral, que es cada vez más incapaz de distinguir entre el bien y el mal, incluso cuando está en juego el derecho fundamental a la vida. Ante una situación tan grave, se requiere más que nunca el valor de mirar de frente a la verdad y de llamar a las cosas por su nombre, sin ceder a compromisos de conveniencia o a la tentación de autoengaño. A este propósito resuena categórico el reproche del Profeta: « ¡Ay, los que llaman al mal bien, y al bien mal!; que dan oscuridad por luz, y luz por oscuridad » (Is 5, 20). Precisamente en el caso del aborto se percibe la difusión de una terminología ambigua, como la de « interrupción del embarazo », que tiende a ocultar su verdadera naturaleza y a atenuar su gravedad en la opinión pública. Quizás este mismo fenómeno lingüístico sea síntoma de un malestar de las conciencias.[3]
Y… ¿Qué hace que las conciencias sufran este malestar? La tendencia laicista que procura un ordenamiento de los estados en controversia con los principios divinos y que pretende silenciar a la Santa Iglesia Católica, sin recordar que al hacerlo están silenciando a la Verdad misma. Y la consecuencia de silenciar a la verdad es vivir en las tinieblas del engaño, el pecado y de la muerte.
La creciente mezcla nauseabunda en que los católicos equiparamos la verdad que defiende la Iglesia con las mentiras de la herejía y del escepticismo igualándonos con otras “religiones” (en minúscula) que son incapaces de dar razón de la verdad absoluta que emana de la autenticidad del único Dios verdadero Uno y Trino, debilitan las fuerzas para defender esta verdad que libera y da al hombre la posibilidad de ascenso y de trascendencia.
Me quiero referir ahora a otro de esos “adefesios de la razón”, a otro de esos males disfrazados de bien y otra de esas tinieblas disfrazadas de luz, como es el de los mal-llamados “matrimonios homosexuales”. En los últimos años se nos ha querido mostrar el fenómeno de la homosexualidad como algo “natural”, “normal” e “inofensivo”. Yo les pregunto que acaso eso no ofende a Dios, entonces, ¿Cómo pretenden decir que es inofensivo? ¿Que acaso lo que hace que el católico se configure perfectamente con Cristo no demanda defender lo que la Iglesia defiende y oponerse a lo que ella se opone? ¿No es acaso evidente que la iglesia desde siempre haya defendido la dignidad que el hombre posee por ser hijo de Dios, liberándolo del pecado y de la abominación? Sin embargo a menudo nos dejamos seducir por las nuevas tendencias que a través de los medios de comunicación (principalmente) y de las modas ofensivas y descaradas se nos quieren imponer a todos, siendo esto una blasfemia innegable contra el Espíritu Santo que nos convierte en reos de muerte en réprobos.
Todos estos fenómenos se basan en afirmaciones parcializadas y sesgadas, contaminadas además por el protestantismo y por la masonería, en una falsa realidad en la que es más cómodo convivir con el pecado que hacerle frente y vencerlo. Se prescinde de la gracia, se tiene a Dios por mero espectador, se ha olvidado la tradición doctrinal y magisterial en que se reconoce a los actos homosexuales como “intrínsecamente desordenados y los cuales no pueden recibir aprobación en ningún caso” (DZ4583)
Podemos por tanto actuar como hipócritas, defendiendo la vida y a la vez cohabitar con u pecado que la sagrada escritura presenta como un castigo a la infidelidad del hombre hacia Dios.
Sé que para muchos esta afirmación incomoda, molesta porque los hombres se han sumergido en el pecado y “Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios,  y cambiaron la gloria del Dios incorruptible” (Rom 1,21-23).
Se habla públicamente de la misión de las leyes para el correcto funcionamiento de los estados, sin embargo se ha olvidado la verdadera misión de la ley a la luz del Evangelio en el cual la ley “es buena, si uno la usa legítimamente; conociendo esto, que la ley no fue dada para el justo, sino para los transgresores y desobedientes, para los impíos y pecadores, para los irreverentes y profanos, para los parricidas y matricidas, para los homicidas,  para los fornicarios, para los homosexuales, para los secuestradores, para los mentirosos y perjuros, y para cuanto se oponga a la sana doctrina” (1Tim 1,8 y ss.)
Si esta es la verdadera naturaleza de la ley ¿Cómo en lugar de impulsar actos legislativos que busquen defender la verdad de la que se desprender la libertad y el orden del que alardea nuestra patria, propiciando así el reinado social de Jesucristo, rondan por el congreso iniciativas que favorecen la violación de la libertad autentica que se plenifica en la sumisión a la divina Voluntad y atenta contra el orden natural establecido por la divina Omnisapiencia?
Estas iniciativas desdibujan a la ley, la prostituyen y la pervierten haciendo lo mismo con la sociedad para la que se legisla.
Hay de nosotros católicos medias tintas, frívolos y cobardes “Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad” (Rom 1,18). Podemos ingenuamente permitir que la verdad se oculte, pero al imponerse, la verdad aplastará todo aquello que se le enfrente, esa verdad que para unos será causa de salvación para otros será paso directo al infierno y la lejanía de Dios por la eternidad.
María nos muestra hoy como aquellos que reciben a Dios, como aquellos que permiten que more en sus corazones deben ante todo estar dispuestos a servir. A servir a la vida, a la justicia, a la verdad y a revelarse, si, a revelarse contra el reinado de Satanás y del pecado y de la sensualidad que contamina cada vez más a esta sociedad que se revuelca en su misma porquería y en su propia inmundicia.
Virgen María, apresura el triunfo de tu inmaculado corazón, haznos dóciles ante la divina voluntad, Férreos defensores de la verdad y tiernos amantes de la augusta y beatísima trinidad y esclavos de tu inmaculado corazón.
¡Viva Cristo rey!




CHRISTUS VINCIT CHRISTUS REGNAT CHRISTUS IMPERAT


[1] Lema del Santo Padre Pio X (1835-1914) además contenido en su encíclica “E supremi apostolatus” del 1 de septiembre de 1883.
[2] El autor es fiel del Instituto Pontificio Del Buen Pastor, Bogotá-Colombia, y fue el discurso de cierre de la jornada De Oración por la Vida y la Familia, convocada por el grupo de fieles “Cœoetus Servorum Mariæ” celebrada el domingo 25 de marzo de 2012, del cual el autor forma parte .
[3] Juan Pablo II, Carta Encíclica “Evangelium Vitae” el Evangelio de la Vida, del 25 de marzo de 1995, Copyright © Librería Editrice Vaticana, 58.









La defensa de la vida no constituye una opción sino una obligación para todos aquellos que nos denominamos cristianos. La vida debe ser respetada y defendida sin importar leyes inicuas que quieran apocar su valor y sentido.
Sé que para muchos de los que puedan leer estas líneas, resultará confuso pues han permitido que la realidad en que viven sea construida por los medios de comunicación y los gobiernos liberales y/o progresistas, que a la larga lo único que lograrán sea la deshumanización del hombre.
Si usted lector desprevenido, siente que su vida, la de sus padres, hijos, hijas, hermanos, esposos o esposas, amigos en fin QUE LA VIDA EN SÌ, vale más de lo que filósofos, políticos, economistas etc. quieren dar por sentado, lo invito para que se una este domingo 25 de marzo de 2012, a partir de las tres de la tarde desde la torre Colpatria y hasta la Plaza de Bolívar.
Lo único que debe llevar es su presencia y de ser posible un globo, una flor, una bandera o cualquier otro elemento con el que quiera celebrar la vida.
Esta también es una invitación a los artistas, músicos, escritores, académicos, profesionales de la salud, religiosos, fieles laicos y en general a todos aquellos que consideren que sus vidas son más que una cifra, que una estadística.


CŒTUS SERVORUM MARIÆ


El ser humano no es una cosa de la que se puede disponer y debe ser respetado y amado desde que es embrión
VATICANO, 28 Nov. 10 / 09:08 am (ACI)